VIH: 60 millones de infectados; las lecciones de otra pandemia

Se cumplen casi 40 años de que se describió el primer caso de infección por VIH/sida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que desde 1981, alrededor de 60 millones de personas se han infectado por el virus de inmunodeficiencia humana en todo el mundo y han muerto más de 30 millones. Desde la peste bubónica, desatada en el siglo XIV, no se había visto un patógeno tan devastador como el que apareció en los 80 mermando la capacidad del sistema inmunitario de combatir algunas infecciones y enfermedades. Desde hace más de 20 años, el virus dejó de ser una sentencia de muerte La demoledora aparición del COVID-19 aún es muy temprana y estamos lejos de cuantificar su poderío.

A pesar de las grandes diferencias sobre la rapidez de propagación y el impacto del virus, hay paralelismos en algunos aspectos de las pandemias que especialistas ponen sobre la mesa.

El doctor Carlos Magis Rodríguez, especialista en Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNAM y quien fue miembro del primer comité de investigación epidemiológica para la prevención y control del VIH/sida en México, explica que la diferencia principal entre ambos virus es la velocidad de avance, pues el VIH/sida acumuló muchas muertes y afectaciones, pero a una velocidad diferente.

Respecto a la medicación, el investigador cuenta que para VIH/sida se pasó de no tener ningún medicamento a tener uno “medio malón”, pero que en 1987 fue toda una revelación: el AZT, el primer medicamento antirretroviral contra ese virus. “No era lo eficiente que se quería y ahora sucede algo parecido con el remdesivir, que igualmente no es lo mejor, pero permite una línea de investigación sobre ese mecanismo de acción”.

Finalmente, un avance más sustancial vino a finales de 1995 cuando surge otro grupo de medicamentos que son los inhibidores de proteasa, compuestos que bloquean esta enzima del VIH y previenen la producción de las partículas víricas infecciosas. “Con la combinación de los medicamentos las personas ya no fallecían inmediatamente. Hace 30 años, la sobrevida era de un año, pero hoy es parecida a la de una persona sin VIH: 40 años a partir del diagnóstico”.

Guardando las distancias entre ambos virus, finalmente las similitudes se sitúan en las alternativas farmacológicas que tienen que aparecer para lidiar contra los diferentes síntomas y etapas de la enfermedad, aunque a una velocidad muy diferente.

“Eso es algo que suponemos que en COVID-19 se dará: ir mejorando los tratamientos que tenemos para evitar la alta mortalidad”. Para el especialista, otra de las cosas que se tienen que perfeccionar para el tratamiento de esta pandemia es la diferenciación entre la categoría vulnerable contra la categoría personas clave.

Eso en VIH se tiene claro. Se puede ser vulnerable por género, por ser migrante, en fin, por una serie de imposiciones sociales a la persona. La vulnerabilidad con el VIH/sida también tiene que ver con prácticas de riesgo, como las personas que no usan condón o se inyectan drogas y comparten jeringas”. Explica que es así como existe la vulnerabilidad social y el riesgo particular y se debe actuar diferente frente a las variables.

“En la vulnerabilidad social se pueden modificar leyes, como cuestiones contra estigma y discriminación, pero, para prevenir, las prácticas de riesgo se deben incidir en ciertos comportamientos, como el uso del condón”.

En el caso del COVID-19, señala, la prevención de los comportamientos individuales de riesgo tiene que incidir fuertemente en mantener la distancia con los otros, el lavado constante de manos y el uso de cubrebocas. En los grupos vulnerables están por un lado las personas en cierto rango de edad y con enfermedades previas, pero también está el personal de salud, que ha mostrado altas prevalencias de contagio en todo el mundo. Los grupos vulnerables son finalmente los que se manifiestan. Para el SARS-CoV-2, el personal de salud es el que se queja por la falta del entrenamiento adecuado para enfrentar la pandemia, así como por la falta de material de protección.

Los datos y el seguimiento epidemiológico

Magis señala que la base de datos y otros recursos permiten hacer análisis en muchas áreas para diferentes grupos de trabajo y donde se ha encontrado información importante sobre el análisis de mortalidad, como que la letalidad es diferencial por institución y que se incrementa en hospitales públicos, pero también tienen que considerarse a los pacientes que no llegan a hospitalización.

Considera que ya hay herramientas para conocer la información antes que llegue a la base de defunciones, pues además de las defunciones confirmadas por notificación institucional, se encuentran los casos sospechosos que deberán formar parte del análisis, como en algún momento lo fueron aquellos casos que reportaban muertes por desnutrición de hombres en medios urbanos, que en realidad era VIH.

En VIH/sida se realiza de manera recurrente la estimación de cuántas personas tienen el virus y cuáles realmente se conocen. “En los últimos seis años usamos algo que se llama ‘cascada de atención’. En la primera barra estimamos cuántas personas están infectadas. La segunda es de cuántas se conoce su estatus serológico, posteriormente cuántas están con tratamiento y luego cómo les va con el tratamiento”.

Esta herramienta de monitoreo permite evaluar brechas en cada uno de sus pilares y generar información estratégica para focalizar esfuerzos. El experto asegura que, aunque aún faltan datos, se podría hacer algo parecido con el COVID-19.

“Con estas aproximaciones podríamos salir de discusiones muy complejas de si solo a partir de las personas que llegan a atención se podría saber el número de casos”.

El camino hacia una vacuna de libre acceso es largo y la capacidad de producción de los laboratorios es limitada. Sanofi dice que tiene capacidad para 600 millones de vacunas al año, y si somos más de 7 mil millones de personas en el mundo, ¿cuánto llevaría vacunarnos a todos?

El doctor Magis subraya que lo que antes era considerado normal no va a regresar y pone el ejemplo del ataque a las torres gemelas en Estados Unidos, que cambió totalmente las medidas de seguridad en un aeropuerto. Pero en la dinámica de adaptarse a nuevas circunstancias prevalece la responsabilidad de los líderes políticos de mantener un mensaje sin ruido de disminución de riesgo de lo que hasta ahora está comprobado: “lavarse las manos, permanecer en casa y usar el cubrebocas se debe repetir incansablemente, como en el caso del VIH fue el insistir en la importancia del uso del condón”.

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